Que al final resulta que podríamos estar mejor, pero tampoco hay para tanto. Que mal de muchos, consuelo de tontos. Tontos, admitamos, algo felices. Que en definitiva siempre terminamos por salir adelante. Y que… qué bien se está aquí charlando con una amiga.
Que nuestros padres nos pueden decir que en su época
las cosas eran más fáciles, y asumir el reto presente y futuro. O al contrario,
decirnos que eran incluso más difíciles pero que se conformaban con menos – o
será que simplemente tenían menos a alcanzar (léase adquirir; abanico de
posibilidades).
Oímos por ahí que si acaso tuviéramos algo de
ahorro, que empecemos a pensar en sacarlo del país ante la “amenaza” del
retorno de la siempre aún recordada “pela”, alias peseta. Que si acaso, además
del dinero, que qué tal pensar en irse un tiempo fuera. Buscarse la vida en el
extranjero. O quizá empezar a
tomar decisiones firmes y romper con todo para empezar de nuevo, en un lugar
más tranquilo, dónde puedas buscarte la vida de otro modo; más sencilla y
alejada del ajetreo de la gran “city”.
Y quizá una conclusión. Quizá lo que deberíamos
realmente plantearnos es tener la capacidad sensata de decidir cuanto de lo que
nos rodea, incluidas supuestas obligaciones, sociales, económicas, ideológicas,
de tradición, costumbres o de lo que sea,
sinceramente necesitamos.
Quizá de lo que se trata es, huyendo a otro lugar o
no, aprender a vivir con menos. Con menos de todo. Cada cual priorizar,
relativizar, renunciar o ceder. Nuevo
presupuesto personal o familiar.
Aprender a vivir con menos de todo; dinero. Claro,
no seamos ilusos, “tener” puede dar ciertas “comodidades” y hacer las cosas
“más fáciles”. Pero ni es el tema, ni son las circunstancias, ni eso nos
asegura una sonrisa.
Genial, Sofía, me encantó. Brindar estemos donde estemos y tengamos lo que tengamos. Un beso enooooorme y buena verbena!!!!
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